UN GLOBO

La interrupción de un telediario para que pudiéramos ver en directo cómo un globo, supuestamente tripulado por un niño de seis años, surcaba el cielo de Colorado y se estrellaba contra el suelo hace que tengamos que replantearnos lo que entendemos por noticia. Las definiciones clásicas de este término se refieren a conceptos como "interés general", "proximidad" o "novedad". La televisión actual hace que noticia sea todo aquello capaz de entretener o emocionar a la audiencia, tal y como nos anticipó Guy Debord hace ya años en su obra La sociedad del espectáculo.

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La presentadora del telediario, tras intentar crear un cierto clima de suspense entre los espectadores, no pudo ocultar su decepción al comprobar que dentro del globo no había ningún niño, lo que frustraba el deseado happy end. Tampoco tendríamos ocasión de llorar por un desenlace trágico, como por ejemplo, el contemplar en tiempo real cómo la criatura se hacía puré a consecuencia del impacto.

Al final, lo de menos es que se tratase de un montaje y que el pequeño, y ya famosísimo, Falcon Heene estuviera escondido en su casa; al parecer, siguiendo instrucciones de su padre, un adicto al reality show. Lo sorprendente es que un pseudo-hecho que se produce en la otra punta del planeta, y que no nos afecta directamente, tenga la capacidad de interrumpir los informativos españoles por la única razón de que las televisiones norteamericanas lo están retransmitiendo en ese momento.

Al día siguiente, todos las ediciones digitales de la prensa estatal recogían el falso suceso en sus portadas. Además, y este es otro elemento para la reflexión, la noticia figuraba entre las más leídas por parte de los lectores. Lo mismo ocurría en otros países europeos. Hasta la televisión Al Jazeera, conocida entre otras cosas por ser el vehículo empleado por Bin Laden para dar a conocer sus comunicados, se hacía eco del fiasco de aventura del chiquillo volador.

Como si un inexplicable efecto simpatía condicionase la realidad, otra extraña historia protagonizada por un niño, también a muchos kilómetros de nuestras casas, volvía a ocupar inmediatamente las pantallas: un cochecito de bebé se precipitaba a las vías en una estación de Melbourne y, a pesar de ser arrollado por el tren, su ocupante resultaba ileso. También aquí, como en Colorado, una cámara era testigo de lo ocurrido.

Pero las historias de peques y globos no acababan aquí. Un globo playero lanzado por un crío desviaba la trayectoria del balón que, tras despistar a Pepe Reina, se alojaba en la portería del Liverpool. Tan surrealista carambola provocaba la derrota de los reds en el campo del Sunderland. Por supuesto, la televisión estaba allí. Dado que sólo aquello de lo que existen imágenes parece ser susceptible de ser convertido en noticia, si cerca de una cámara a su hijo se le ocurre jugar con un globo, yo empezaría a preocuparme.